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Hace tiempo cuando falleció mi padre el mundo se me vino encima, y es que es realmente insoportable saber que no hay vuelta a tras, que jamás volverás a recibir uno de sus abrazos, ni hablar de sus consejos o de escuchar su voz, se fue. Mi vida se tornó gris.
Desde que nos dieron la terrible noticia el llanto no se hizo esperar, jamás había experimentado un dolor tan grande en el pecho como aquella vez, inclusive después de darle el último adiós, me encerré en mi habitación y pedía una y otra vez con lágrimas en los ojos volverlo a ver.
Mi madre, quien siempre ha sido una mujer fuerte me preguntó algo que desde entonces no olvido: «¿Sabes que en realidad estás llorando por ti y no por él?»
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Al escucharla me quedé perpleja, sus palabras tenían una gran carga de razón, de coherencia. A pesar de eso por mi cabeza retumbaban un montón de pensamientos.Claro que lloraba por mi padre, pero él ya estaba descansando en paz, me dije.
Fue en ese preciso momento que mi madre siguió con su charla:
«Entiendo que duele perder a alguien, a mí también me ha dolido su partida, pero con el tiempo he logrado entender que uno llora por sí mismo y no por los que han partido, es decir, lloramos porque los hemos perdido, porque sabemos que nunca más estarán a nuestro lado, al menos no físicamente, porque si supuestamente todo concluye con la muerte, ellos ya no están más, ni siquiera para lamentarse por haber fallecido y mi pregunta es: si la vida continúa más allá de la muerte ¿por qué llorarles y sufrirles?».
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Fue ahí en donde caí en cuenta, uno tiene que aceptar la muerte y dejarlos ir, llorarles un momento, pero no atarlos para siempre a nosotros con nuestras lágrimas. Entender que aunque no estén más físicamente, su recuerdo seguirá presente en nosotros y nos acompañarán de por vida de manera espiritual. Recordarlos como ellos eran en vida y no permitir que su recuerdo se marche.
Uno no debe morirse con sus muertos, debemos más bien recordar que donde ardió el fuego del amor y la vida, debajo de las cenizas muertas, quedan las brasas esperando el soplo para hacerse las llamas.
Muchos afirman que sin sus muertos pueden seguir viviendo, pero no deben decir que es porque los amaban, sino por cuanto los necesitan y es ahí cuando tienen que reflexionar que amar no es igual a necesitar.
Aceptar que se han ido te ayudará en tu crecimiento personal, pues descubrirás que la vida debes vivirla sin depender de nadie más. Además, no debes de contener lágrimas pero tampoco forzarlas a que salgan, no importa si alguien lo reprueba ni dejes que alguien te obligue, sólo sé tú mismo, saca tu dolor pero no te ates a él.
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Una vez más te lo digo ¡no mueras con tus muertos! Déjalos partir como cada estación del año, como las golondrinas en otoño para anidar en otros climas y volver más números y crecidas en otra primavera.
La realidad es que el cementerio es como un surco donde se arrojan las semillas, ningún sembrador vuelve a remover la tierra para buscarlas y cuando regresa al campo a la hora de cosechar descubre espigas.
Vamos a disfrutar a quien amamos, solo así el día que se marche para siempre estaremos tranquilos de haberles dado hasta nuestro último aliento por ellos. No, no les llores a tus muertos, abraza a tus vivos, aquí y ahora.
Fuente: soycarmín
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Una respuesta a “Cuando lloras a tus muertos, lloras por ti, no por ellos”