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Me encantan las notitas que me escriben mis hijas, ya estén garabateadas con rotulador en un post-it o escritas con perfecta caligrafía en papel cuadriculado. Pero el poema para el Día de la Madre que mi hija mayor me escribió la pasada primavera me emocionó especialmente.
Fue la primera línea de este poema la que me dejó sin respiración un segundo antes de que las lágrimas empaparan mis mejillas.
Lo importante de mi madre es… que siempre está ahí para mí, hasta cuando me meto en líos.
Resulta que no siempre ha sido así.
En mitad de mi agitada vida diaria, llegó un punto en el que empecé a actuar de una manera muy diferente a la forma en que me había comportado hasta entonces. Me convertí en una gritona. No es que lo fuera siempre, pero llegaba a ser excesivo, como si un globo muy hinchado explotara de repente y asustara a todo el mundo de alrededor.
Pero, ¿qué hacían mis pequeñas de 3 y 6 años para que yo me pusiera así? Quizás insistían demasiado en salir corriendo a por tres collares de cuentas más y a por sus gafas de sol rosas favoritas aunque ya fuera tarde. O intentaba echarse ella misma sus cereales y vertía la caja entera por la encimera de la cocina. O se le caía al suelo y destrozaba mi bonito ángel de cristal, ese que sabía que no debía tocar. O se negaba a dormirse cuando lo único que yo necesitaba era paz y tranquilidad. O peleaban por cosas ridículas como quién era la primera en bajarse del coche o quién podía coger el trozo más grande de helado.
Sí, eran este tipo de cosas: cosas de niños, descuidos, percances y actitudes que me irritaban hasta el punto de llegar a perder el control.
Os puedo asegurar que no es fácil escribir esto. No es un periodo de mi vida que me guste recordar porque, a decir verdad, en esos momentos me odiaba mucho a mí misma. ¿En qué me había convertido? ¿Por qué tenía que gritar a esas dos criaturitas a las que quería más que a mi vida?
Os voy a contar cuál era el problema: mis distracciones.
Un uso excesivo del teléfono, demasiados compromisos, miles de notas con cosas que tenía que hacer y esa búsqueda de la perfección me consumían. Había perdido las riendas de mi vida y lo pagaba gritando a la gente a la que más quería.
Por algún lado tenía que explotar. Era inevitable. Así que estallaba de puertas para dentro, en compañía de las personas que lo eran todo para mí.
Hasta que un día ocurrió algo que me hizo cambiar.
Mi hija mayor se había subido a un taburete para coger algo de la despensa cuando sin querer tiró un paquete de arroz al suelo. A medida que un millón de granos diminutos caían al suelo como si de lluvia se tratara, los ojos de mi hija se llenaron de lágrimas. Fue ahí cuando me di cuenta de que era miedo lo que se veía en sus ojos, pues ya se había mentalizado de que le iba a caer una regañina de su madre.
Me tiene miedo, pensé. Eso fue lo más doloroso. Mi hija de 6 años teme mi reacción por su inocente error.
Llena de tristeza, me di cuenta de que no era la madre que quería para mis hijas, y de que no quería seguir siendo así el resto de mi vida.
Unas semanas después de este episodio, comenzó mi recuperación; ese momento doloroso me animó a crear el proyecto Hands Free (manos libres) para evitar las distracciones y aprovechar lo que realmente importa. Esto fue hace tres años: tres años de desintoxicación del exceso de distracciones en mi vida… tres años para liberarme de las expectativas inalcanzables y de la obligación social que me presionaban para hacerlo todo. Desde que tengo menos distracciones internas y externas, la rabia y el estrés se han ido disipando poco a poco en mi vida. Con una carga mucho más ligera, he sido capaz de reaccionar ante los despistes de mis hijas de una manera mucho más calmada, comprensiva y razonable.
Empecé a decir cosas como: «Solo es sirope de chocolate. Lo puedes limpiar y la encimera quedará como nueva», en vez de lanzar un suspiro desesperado y una mirada asesina.
Decidí que era mejor ayudarlas a barrer los montones de cereales que cubrían el suelo en vez de lanzarles miradas de desaprobación e irritación.
Me di cuenta de que prefería ayudarla a recordar dónde había dejado sus gafas en vez de regañarla por ser tan irresponsable.
En los momentos en los que el agotamiento y las continuas exigencias se estaban llevando lo mejor de mí, me dirigía hacia el cuarto de baño, cerraba la puerta e inspiraba y espiraba recordándome a mí misma que solo eran niñas, y que los niños cometen fallos. Exactamente igual que yo.
Con el tiempo, desapareció el miedo que se instalaba en los ojos de mis hijas cuando hacían algo mal.
Afortunadamente, me convertí en un refugio en mitad de los problemas, en lugar de ser el enemigo de quien había que huir a esconderse.
No estoy segura de si me habría planteado escribir sobre esta profunda transformación de no haber sido por el incidente que ocurrió cuando estaba a punto de terminar de escribir mi libro. En aquel momento, sentí que la necesidad de gritar volvía a oprimirme. Estaba acabando los últimos capítulos de mi libro cuando el ordenador se bloqueó. De repente, todos los cambios que había hecho en tres capítulos enteros desaparecieron ante de mis ojos. Atacada, me pasé unos minutos intentando recuperar la última versión del documento. Viendo que eso era imposible, intenté mirarlo en la copia de seguridad, pero descubrí que el error interno también se había producido ahí. Cuando asimilé que nunca recuperaría el trabajo que había estado haciendo en esos tres capítulos, quise ponerme a llorar. Sentía una rabia indescriptible.
Pero no pude desahogarme porque era la hora en que tenía que recoger a las niñas del colegio y llevarlas a natación. Sin perder los nervios, cerré mi portátil y me di cuenta de que había cosas mucho peores que lo que me acababa de suceder. Entonces me dije que no podía hacer absolutamente nada para solucionar el problema en ese momento.
Cuando mis hijas se subieron en el coche, inmediatamente supieron que algo iba mal. «¿Qué te pasa, Mamá?», me preguntaron al unísono al ver mi cara lívida.
Tenía ganas de chillar «¡acabo de perder un cuarto de mi libro!».
Tenía ganas de darle un puñetazo al volante porque estar ahí sentada era lo último que quería hacer en ese momento.
Quería irme a casa y tratar de recomponer el libro, no llevar a las niñas a natación, escurrir bañadores mojados, cepillarles el pelo enredado, hacer la cena, lavar los platos y acostarlas.
En cambio, lo único que dije fue: «Me cuesta un poco hablar ahora. Acabo de perder una parte de mi libro. Y prefiero no hablar porque estoy muy frustrada».
«Lo sentimos mucho», dijo la mayor en nombre de las dos. Y entonces, como si supieran que necesitaba espacio, fueron todo el camino calladas. Y así siguió nuestro día. Aunque estaba más callada de lo normal, no grité e hice todo lo que pude por abstenerme de darle vueltas al tema del libro.
El día ya casi había acabado. Había metido a la pequeña en la cama y me tumbé junto a la mayor para hablar un poco como hacíamos cada noche.
«¿Crees que podrás recuperar los capítulos?», me preguntó.
Y ahí sí que empecé a llorar, no tanto por los capítulos (pues sabía que podría reescribirlos), sino para desahogarme. Estaba tan agobiada por lo de escribir y editar el libro… Había estado tan cerca del final que haber perdido esos capítulos era verdaderamente decepcionante.
Para mi sorpresa, mi hija se acercó a mí y me acarició el pelo con suavidad. Trató de tranquilizarme diciéndome cosas como: «Los ordenadores pueden llegar a ser muy frustrantes», «Si quieres, puedo echar un vistazo a la copia de seguridad» y, por último, «Mamá, tú puedes hacerlo. Eres la mejor escritora que conozco. Te ayudaré en todo lo que pueda».
En ese momento de colapso, ahí estaba ella, paciente y comprensiva, animándome cuando más destrozada estaba.
Mi hija no habría tenido esa respuesta empática si yo hubiera sido una histérica. Porque al gritar se impide la comunicación, se cortan los lazos; la gente se distancia en vez de unirse.
Lo importante es… que mi madre siempre está ahí para mí, hasta cuando me meto en líos.
Mi hija escribió eso sobre mí, una mujer que pasó por un periodo de dificultades del que no está orgullosa, pero del que pudo aprender.
Lo importante es… que nunca es demasiado tarde para dejar de gritar.
Lo importante es… que los niños saben perdonar, especialmente si ven que la persona a la que quieren intenta cambiar.
Lo importante es… que la vida es demasiado corta como para enfadarse porque los cereales se han vertido o porque los zapatos no están bien colocados.
Lo importante es… que no importa lo que pasó ayer, pues hoy es un nuevo día. Hoy podemos elegir una respuesta más pacífica.
Y con ella, podemos enseñar a nuestros hijos a crear puentes de paz, puentes que pueden ayudarnos cuando tengamos problemas.
Rachel Macy Stafford
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I enjoyed reading thiss
EXCELENTE RELATO A MI ME PASABA LO MISMO PERO MIS HIJOS YA SON ADULTOS Y LAMENTO INMENSAMENTE NO HABER APRENDIDO ANTES PERO SI LO UNICO QUE HAGO PARA RECOMPENSAR LES TENGO MUCHA PACIENCIA Y AMOR A MIS NIETAS VEO QUE NADA ES TAN GRAVE PERO NADIE ME ENSEÑO SER DE OTRA MANERA CON LOS AÑOS SE APRENDE MUCHO FELICITO A ESTA GRAN MADRE Y A TODAS LAS JOVENES TAN INTELIGENTES QUE TRATAN DE APRENDER POR LOS MEDIOS DE COMUNICACION COMO ESTE QUE ES UN EJEMPLO GRACIAS POR COMPARTIR ESTA HERMOSA EXPERIENCIA
Wow un «eye-opener», se me han abierto los ojos. Muchas gracias!!! Un abrazo desde Holanda, Nicole
Me senti plenamente identificada y sobre todo porque justo me encuentro en el proceso de querer retomar un proyecto personal. Creo mucho en las señales…asi le llamo yo…y sin duda leerte es una señal para que replantee mi manejo de prioridades. No tienes idea cuanto agradezco haberte leido.
Mi mas sincera felicitación por darte cuenta de tu error creo que eres una gran madre tus hijas tienen suerte pues si has tenido la sensibilidad para darte cuenta de esto esas niñas tendrán el apoyo necesario en la adolescencia , etapa en la que los chicos te necesitan mas que nunca a pesar de que no lo van a demostrar jamás FELICIDADES
Me identifico tambien con este relato y se que debo cambiar también pero el estrés y el tiempo q siempre falta me quitan la paciencia la mayoría de
las veces,no esjuto que mis peque lpaguen .esto.Mi hijo de 7aaños incluso me contesta q no le hable bien y la verdad esque me parte el corazón.gracias
Esta experiencia nos ayuda muchisimo, inclusive a comprender a un papa que vivio trabajando y cargando frustaciones…Ahora de adulta…No hago lo mismo…Me tomo tiempo para ir al café con una amiga, Etc…Para cargar las pilas y poder asi atender a los nenes. sin preocuparme de darles estres…Que a veces hasta en la escuela ellos pasan estres por sus companeros, sus clases, etc.
No nacimos sabiendo,es cierto,una pierde la cordura,me siento identificada con lo q has escrito.Tambien en proceso de cambio,soy mama’ de mellizos y mi hija con quien mas perdía la cordura, tal cual excesos sociales impuestos,ni hablar si como en mu casi convives con mas gente a tu alrededor.Gracias por compartirlo.
Pueden encontrar el texto original en el blog de su autora
http://www.huffingtonpost.es/rachel-macy-stafford/la-importancia-de-gritar_b_4593967.html
Muchas gracias por tan hermosa enseñanza, realmente te toca el corazón , te lleva a hacer una pausa a pensar , sentir y reflexionar. mil bendiciones.:)
Estoy segura que todos vivimos circunstancias parecidas que nos generan sensación de irrealidad hasta el punto de preguntarnos: «¿Esto me está pasando verdaderamente a mí?» Creemos que somos demasiado raros y que eso no le está pasando a nadie, pero tal y como se ve reflejado en la entrada que has publicado: somos humanos, tenemos sensaciones que no siempre podemos controlar, tenemos miedo, angustia y eso se va superando poco a poco y con ganas de cambiar y adquirir una nueva filosofía de vida. Solo por el hecho de que no lo consigas a la primera, no significa que no llegues nunca a tu objetivo. PARA TODO AQUEL QUE ESTÉ EN UN CAMBIO SEMEJANTE, ADELANTE Y MUCHAS FELICIDADES . UN ABRAZO
Si en vez de cargar la mochila que llevamos a la espalda, fuésemos capaces de gestionar los pequeños acertijos que nos brinda la vida, sería más fácil. GRITEMOS cuando todavía no sea demasiado tarde!
Precioso, emotivo, sincero, y rea.lQue suerte tienen tus hijas.Enhorabuena !!!!
yo tengo un niño de 4 años y al leer todo esto me doy cuenta que estoy muy mal con mis actitudes hacia el, le exijo mas de lo que es para su edad,le grito mucho y le digo muchas mala palabras, y por consecuencia el ya tiene problemas de conducta en la escuela agrede física y verbalmente a sus compañeros y yo todas las mañanas con gritos lo amenazo con decirle pobre de ti si me dan una queja, estoy en un hoyo y me gustaría que me pudieran ayudar soy madre soltera y por lo tanto me siento presionada con muchas cosas, no es justificación pero es difícil llevar una casa e hijo, me ha echo llorar este relato por que me vi en el, y tristemente y frustada me doy cuenta que mi hijo me tiene pavor
Jo…q gran verdad…y q bonito…yo estoy en la fase de dejar de gritar…me afecta el estar en un país nuevo…idioma nuevo…en casa todo el día con el bebe..poco a poco…ellos se lo merecen todo…
Cada día es diferente, por eso…no importa lo que paso ayer…hoy es un nuevo día, …si te equivocaste todavía estás a tiempo de rectificar….así lo haré!!
Que verdad más grande : » lo que de verdad importa es…» todos y cada unos de ellos te hacen reflexionar….intentaré no gritar más!! porque además no resuelves nada y te sientes peor…
Gracias!!!
Ahora que leí estas líneas ,me he dado cuenta que somos muchas las madres que gritamos a nuestros hijos,pero también es cierto que en mi caso y ahora que están más grande muchas veces me sentí mal por haberlo echo y sentí mucho pesar por ello.En este momento podría decirle a muchas madres lo mucho que debemos disfrutar a nuestros hijos y que antes de gritar pensemos en lo pequeños que son y lo que para nosotras es grave ,no lo es para ellos.Los niños viven mejor la vida porque no le dan importancia a cosas que no la tienen,no en la misma medida de nosotros los adultos.Pienso en que cosa tranzar para que pudieran ser pequeños y yo pudiera acunarlos en mis brazos,darle besos y disfrutar de su alegría. El tiempo pasa tan rápido en sus vidas,una da un suspiro y los hijos ya no están en casa.Realmente no sabemos lo que son los niños y no entendemos su mundo aún cuando nosotros también fuimos pequeños.Amo tanto a mis hijos,me siento bendecida por ellos dos.Los problemas y los sustos son cosas pocas en comparación a la alegría que entregan y al amor que somos capaces de sentir.Un amor a prueba de todo.Amor de madre.
Esta reflexion llego en el momento justo en que me sentia fatal por haber gritado a mis hijos. Vino no solo a reforzar mi desicion de cambiar y no permitir que mis problemas laborales y de pareja me hagan lastimar a los dos seres que mas quiero en mundo, sin tambien a recordarme que no estoy sola y que como yo muchas estamos intentando ser mejores madres. Una bendicion haber econtrado este blog en un momento tan trascendental en mi vida. GRACIAS!!
gracias,por este relato……..muchas veces me paso asi?? ha sido enriquecedor………
Es una gran lección que solo se aprende por experiencia propia, pero cuando se tiene acceso a estos relatos tan aleccionadores es una gran ayuda para tomar el camino correcto y hacer propias las experiencias ajenas. Que Dios los bendiga por darnos este espacio y por compartir.
Me ha emocionado este relato, es una gran enseñanza.
como entraste en mi cabeza y escribiste mis pensamientos!?!?! ….definitivamente no estoy sola! me he sentido tal cual lo describes! GRACIAS! no sentirme sola me consuela y renueva mis fuerzas!
como entraste en mi cabeza y escribiste mis pensamientos!?!?! ….definitivamente no estoy sola! me he sentido tal cual lo describes! GRACIAS! no sentirme sola me consuela y renueva mis fuerzas!
Sin duda alguna..
Podemos estar seguros que con relaciones familiares más amigables, construiremos un mejor lugar para vivir.
Me ha gustado mucho conicer tu experiencia.
Yo estoy en proceso de cambio, y cuesta, pero creo que lo lograre. Ellos son tan importantes como para intentarlo una y mil veces.
Gracias por compartir tu experiencia.
Un saludo.