–
Con dieciséis años me habló de las autopsias sexuales.
Me contó que estaría bien que cada cinco años nos practicaran una de estas autopsias.
Que nos quedáramos muy quietos y alguien nos dijera qué parte de nuestro cuerpo no había sido acariciada; cuántos besos habíamos recibido; si había sido más querido una mejilla o una ceja o una oreja o los labios.
Una autopsia en toda regla de nuestro sexo, pero con nosotros vivos, aunque inmóviles.
Ella se lo imaginaba y le gustaba pensar que alguien, tan sólo mirando nuestros dedos, supiese si habían tocado con pasión o simplemente por rutina. Si nuestros ojos habían sido mirados con deseo o nuestra lengua había conocido muchos congéneres.
Además, podríamos saber cuáles fueron nuestros mejores actos sexuales, al igual que en un tronco cortado vemos cuándo soportó grandes lluvias o sequias. Quizá a los diecisiete, a los treinta o a los cuarenta y siete. Quizá siempre en primavera o casi siempre cerca del mar.
¿Cuántos mordiscos, cuántos susurros, cuántos chupetones hemos sentido? Un cómputo de números sobre nuestro sexo, nuestra lujuria, nuestro placer solitario.
Y según ella, lo mejor era que cuando acabase esa autopsia sabríamos que estábamos vivos, que podíamos mejorar y lograr que nos acariciasen, que deseáramos, que amáramos y nos amasen.
Nunca me he hecho una autopsia de este tipo. Me ha dado miedo el resultado.
Hay que tener mucha valentía para escuchar eso de los labios de otra persona, aunque no sé si ni siquiera existe alguien con estas capacidades.
Pero así era mi madre. Volví a pensar en el cuadro sobre el sexo; aún se lo debía, a ella y a mi trilogía incompleta…
Albert Espinosa
–
Muy buenas reflexiones q quedan gravadas en nuestra mente
Guau, que madre !
Guau! Que padre!
Hermosamente divino, me dejo mucho en que pensar
Me gusta la página, interesante y variada.