Carta a los políticos

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Señorías:

No se puede escuchar en las cosas, incluidos los libros, más de lo que ya se sabe o, al menos, se sabe que se ignora; es decir, quien quiere oír y entender, tiene que sentir. A pesar de que muchos de ustedes proceden de estratos sociales humildes, no saben lo que es la lucha diaria porque muchos nunca han estado inscritos en ninguna lista de ninguna fábrica ni de ningún súper ni tendidos a la largo de ninguna zanja. Ni bajo cero ni a 35 grados ni han dirigido ninguna empresa y, por supuesto, nunca han formado parte de las listas de los que buscan empleo. Nunca hicieron nada más que política.

«Yo me alisté en las juventudes de… cuando era estudiante, terminé la carrera y aquí estoy de diputado. Si algún año, el jefe me excluyera de las listas no sabría que hacer. Lo que estudié en la carrera ya lo olvidé y desde entonces no he vuelto a leer ningún libro sobre la materia ni sobre nada. No tengo tiempo más que para hacer informes y preparar dossieres de prensa para el jefe», me dijo alguien que lleva varias legislaturas en el Congreso. El problema de la política es el mismo que el de la universidad: la mediocridad, la endogamia, el compadreo.

Los ciudadanos tienen la impresión de que ustedes sólo tienen olfato para aquello que les interesa para mantenerse en el poder o para volver a conquistarlo cuando lo han perdido. Mucha gente de buena voluntad y poca razón crítica dice cuando les oye: «Este hombre sabe mucho. Da gusto oírle hablar». Y les consideran personas grandes, preparadas. Pero si compararan lo que están oyendo con lo que hace falta hacer, hubieran dicho: «Este personaje o no sabe lo que dice, o quiere ocultar algo o nos quiere tomar el pelo».Cuando hablan, lo hacen sin mesura; olvidan que la excelencia está en lograr el máximo de contenido con el mínimo de extensión, y decir enseguida lo que enseguida debe decirse. Hablan para ocultar lo que no quieren que se sepa, distraen la perdiz con grandes y empingorotados términos carentes de sentido, de sustancia y de meta. Para tocar el corazón del oyente hay que evitar las palabras rimbombantes.

Los votantes entienden que no cumplan todas las promesas del programa electoral porque la vida cambia y los programas deben de cambiar con la vida. Quienes les atacan por esos cambios son los otros partidos que ya hicieron lo mismo o lo hubieran hecho de estar en la misma situación. El pueblo ve que apoyan cosas cuando están en la oposición que condenan cuando están mandando. La gente considera más importante y más inteligente la adaptación al momento que la brillantez y el contenido de los discursos, pero no entiende que cambien el programa para tomar medidas que perjudiquen siempre a los mismos para solucionar problemas que los intocables han creado. A la gente le parece una soberana estupidez eso de un pacto anticorrupción. ¿El obrero tiene que firmar un papel en el que se diga: usted no puede robar cosas de la fábrica? ¿El funcionario tiene que firmar un papel diciendo que va a cumplir con el horario? Ese pacto les denigra porque da por supuesto que ustedes tienen la predisposición a robar, a dilapidar el erario, a no cumplir con sus obligaciones. Ese pacto es una consecuencia necesaria para quien ha comprendido que es corrupto; es reconocer que el resto de los ciudadanos estamos en las peores manos. A la corrupción le cambian de nombre pero su esencia la conservan intacta: sus privilegios y su inmunidad, su poder sobre las cosas.

Un político al que dije que deberían suprimirles el privilegio de aforados me dijo: «Es que hay mucha gente que nos quiere mal y podría ponernos querellas por todo y por nada». De ordinario, la gente pone una querella a quien le ha hecho daño, al político o a cualquier otro ciudadano. Quieren arreglarlo todo diciendo: «Tengo la conciencia tranquila». A nosotros no nos sirve de consuelo que ustedes tengan la conciencia tranquila; nos interesa lo que ustedes hacen, no su conciencia.

Abran los armarios y las mazmorras, dejen entrar a los taquígrafos, a los notarios de la actualidad, guíenlos para que hagan luz sobre todo los escondites y dejen de acusarse mutuamente; entonces podrán empezar a sentirse libres para presentarse en cualquier lugar sin tener que hacer pactos anticorrupción, hagan lo que hace todo el mundo: al que robe que devuelva el dinero y que vaya a la cárcel si procede. La gente tiene la impresión, tal vez objetiva, de que ustedes son impunes e intocables. Olvidando que han sido elegidos para hacer de su vida una obra de servicio a los demás -para eso se presentaron- convierten su vida en un privilegio a costa, muchas veces, de los derechos de los demás.

Se dice que los partidos, a pesar de tirarse los trastos a la cabeza, no tiran de la manta cuando suben al poder para que cuando suba otro tampoco lo haga porque todos tienen muchas cosas que ocultar. No tienen el coraje de denunciar lo que pasa en otros partidos y menos en el suyo porque «van todos en el mismo barco. Y hoy por ti y mañana por mí», se dice. Todos ustedes saben que para seguir existiendo les interesa que el partido opuesto no pierda fuerza.Estoy convencido de que los errores no acaban con los partidos sino que son los partidos acabados los que cometen errores, espejo de la degradación de aquellos. Se dice que el poder corrompe, en las actuales circunstancias habría que añadir con Nietzsche: «El poder idiotiza a los hombres». Ustedes se creen el superhombre, encarnación de la voluntad de poder y principio fundamental de la vida, capaz de revisar todas las representaciones morales, y de crear configuraciones espirituales nuevas. El superhombre se da a sí mismo la ley de la acción, más allá de la moral tradicional que no significa para él sino un impedimento. El superhombre solo se somete a las reglas que él mismo se ha dado al mismo tiempo que se otorga la autoridad para saltárselas cuando le convenga. El Dios fuera de él está muerto; pero está vivo el Dios que vive en él.

La Democracia es un buen sistema político pero muchos políticos no fomentan ni miman la Democracia con su proceder. Se pudiera pensar que, contra los propios intereses, están buscando su final. Si se quiere un fin hay que poner los medios y da la impresión de que o no tienen un fin o no aciertan con los medios, o tienen un fin inconfesable. No olviden aquello de Horacio: «La fortuna, contenta con su cruel ocupación y obstinada en jugar su caprichoso juego, cambia de uno a otro sus inestables favores, complaciente ahora conmigo, ahora con otro». Añadan a esto que la gratitud humana malentiende muchas veces a sus benefactores y los que hoy os dan coba porque algo podéis darle, lo mismo que hacéis vosotros en campaña electoral, mañana os darán la espalda porque nada esperan recibir.

Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC

* Leer primer capítulo de “Convivir no es de locos”

* Leer primer capítulo de “La brújula del cuidador”

 

Una respuesta a “Carta a los políticos”

  1. Cierto, siempre los políticos que tienen la sartén por el mango son los poderosos son corruptos, aquí en México Narcos, antidemocráticos, ellos solo legislan a su propio beneficio no les importa el pueblo, por eso yo les llamo NARCORRUPOLITICOS, me gusto mucho su carta a los políticos FELICITACIONES.

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